Mundial, ¿un espejismo para Brasil?
Con base en la experiencia de Sudáfrica cuando fue sede de la Copa del Mundo en 2010, la respuesta es no.
En una reunión a mediados de mayo con periodistas deportivos, la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, utilizó una metáfora local para decir que, una vez que comience la Copa del Mundo, los brasileños se olvidarán de sus preocupaciones. “Una vez que el jaguar bebe el agua”, dijo, “este país se volverá loco”.
El que Dilma (como es conocida) espere que la población local se deje llevar por el espectáculo es comprensible, considerando las protestas que ha soportado a causa del gasto de su Gobierno en el evento.
En la ceremonia de apertura del torneo de futbol de la Copa Confederaciones en Brasilia en junio pasado, Dilma y Joseph Blatter, el presidente de la FIFA, que organiza la Copa del Mundo, fueron abucheados por los manifestantes que exigían una mejor educación, salud y transporte.
En mayo, manifestantes enojados de que el país fuera a gastar más dinero en nuevos estadios -cuyos costos estimados se han elevado en más de la mitad desde 2010, a 3,500 millones de dólares- en vez de en viviendas para personas de bajos ingresos realizaron otra ola de protestas en 18 ciudades brasileñas. Algunas pancartas decían: “FIFA ve a casa”.
Las encuestas realizadas por la Folha de São Paulo muestran que el apoyo para la Copa Mundial ha caído del 79% en 2008 al 48% en la actualidad.
Incluso la estrella del futbol brasileño Pelé ha comenzado a quejarse.
“Es claro que, políticamente hablando, el dinero gastado para construir los estadios fue mucho”, dijo recientemente en la Ciudad de México. “Parte de este dinero podría haber sido invertido en escuelas, en hospitales”.
Si la historia sirve de guía, Dilma obtendrá su deseo y el descontento público se convertirá en felicidad una vez que comience el primer partido. Pero esa euforia pasará. Y no responderá a la cuestión de si el gasto de miles de millones para albergar una Copa del Mundo tiene un sentido económico, sobre todo para un país en desarrollo que necesita urgentemente de mejoras básicas.
“Las copas del mundo son anclas notoriamente malas del desarrollo económico, especialmente en los países en desarrollo, y cuatro de los últimos cinco países sede han perdido dinero”, dice John Vrooman, un economista deportivo de la Universidad Vanderbilt.
La experiencia de Sudáfrica desde que fue sede de la Copa del Mundo de 2010 ilustra el punto de Vrooman.
Al igual que Brasil, Sudáfrica construyó y mejoró varios estadios (10 en su caso, comparados con los 12 de Brasil). Y, como en Brasil, varios estaban ubicados en varias ciudades sin grandes equipos profesionales para ocuparlos después de la Copa.
“Los grandes estadios sudafricanos construidos para la Copa del Mundo son ahora en gran medida ‘elefantes blancos’, apropiados considerando el entorno”, dice Neal Collins, periodista deportivo de Sudáfrica.
Patrick Bond, profesor de la Escuela de Ambientes Artificiales y Estudios para el Desarrollo de la Universidad KwaZulu-Natal, estima que el país gastó alrededor de 2,500 millones de dólares en estadios que, debido a que están infrautilizados, requieren de alrededor de 18 a 24 millones de dólares en subsidios de servicios y operación anuales.
En respuesta a este problema de ‘elefantes blancos’, un sindicato sudafricano propuso convertir los estadios no rentables en viviendas de bajos ingresos, mientras que, en la ciudad brasileña de Manaus, un juez ha sugerido convertir un nuevo estadio local en una prisión después del torneo.
Sin embargo, hay algunos beneficios claros de celebrar una Copa del Mundo. En un estudio reciente titulado The private benefit of public funding (El beneficio privado del financiamiento público), el profesor de gestión deportiva de la Universidad de Michigan, Stefan Szymanskiand y su coautor Bastien Drut, halló que los equipos de futbol de los países que han hospedado las copas del mundo registraron un aumento de la asistencia de entre 15% y 25% en los cinco años posteriores; los autores estimaron que los clubes en Brasil registrarían un aumento de los ingresos de al menos 182 millones de dólares en las cinco temporadas después del torneo de 2014.
En otro informe reciente titulado If you host it, where will they come from? (Si eres anfitrión, ¿de dónde vendrán?) Szymanski y sus coautores encontraron que la Copa del Mundo 2010 en Sudáfrica atrajo a poco más de 200,000 visitantes adicionales procedentes de países no colindantes durante el torneo, y casi 500,000 durante el año, un aumento de 8.1% y 18.7%, respectivamente.
Hay beneficios a escala individual. En un informe posterior a la Copa Mundial, el Gobierno de Sudáfrica afirmó que la construcción del estadio creó más de 66,000 puestos de trabajo que generaron 900 millones de dólares en salarios.
Pero para aquellos que cuestionan los auges de estadios, el problema no es el gasto, sino lo que compra.
“Quién sabe cuáles eran realmente las cifras”, dice Bond. “¿Cuál era el valor de los terrenos? ¿Y cuáles fueron los costos de oportunidad? Digamos que gastamos ese dinero en vivienda. Probablemente tendríamos muchos menos disturbios”.
Bond dice que, si su país se hubiera contentado con tener menos nuevos estadios en menos ciudades, podría haber creado “una Copa del Mundo más escalada en África con utilidades más ricas y estadios más gloriosos”.
Szymanski dice que el verdadero problema es la manera en que la Copa del Mundo es concebida como un evento de lujo para los visitantes.
“La Copa del Mundo no se trata de ir a un estadio a observar. Es un espectáculo televisivo global”, dice. “En lugar de montar la Copa del Mundo más fastuosa que sea posible imaginar en estadios mejorados con enormes piezas de infraestructura sin valor plausible a largo plazo para el país, necesitamos decir que la otorgaremos a un país que merezca ser el anfitrión y no le exigiremos invertir. Los derechos de transmisión aún valdrían muchísimo dinero y los patrocinadores pagarían de todos modos”.
Por ahora, parece poco probable que la FIFA rechace las postulaciones más extravagantes para celebrar la Copa del Mundo con el fin de ofrecerla a un país que haya hecho más por promover el deporte. Hasta que lo haga, la canción seguirá siendo la misma.
“Casi todas las Copas del Mundo y los Juegos Olímpicos encajan en la misma historia: una efusión inicial de apoyo popular al ganar el evento. Luego, enormes preocupaciones por cumplir plazos y enormes escaladas de costos. Luego, el evento ocurre y es un gran éxito y a la gente le encanta”, dice Szymanski. “Luego, algunos años más tarde, la gente se pregunta: ‘¿Qué recibimos a cambio de esto?’”.
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